VORÁGINE

La vida del Tigre fue algo parecido a una vorágine.

 En los últimos cuatro  años de su actividad política enfrentó sinsabores y satisfacciones: prisión, aplausos, tortura, amoríos, reconocimientos, lágrimas, viajes de trabajo e intentos de asesinato.

Era un luchador social acrisolado en el terreno de la acción política.

Un hombre de su tiempo y del Chihuahua bronco.

Vivió los altibajos de un organizador de masas, confrontado con el poder gubernamental, entonces en manos de un presidencialismo autoritario.

En 1994 estuvo a punto de morir envenenado con arsénico.

De febrero a mayo de ese trágico año vivió momentos de estoicismo e incertidumbre, bajo el cuidado de su familia.

Y aun así, no detuvo sus actividades.

Era un auténtico líder gremial, un militante convencido de la izquierda mexicana. Lo hizo en silla de ruedas y bajo el suplicio del dolor y la ansiedad.

En unos cuantos segundo, los últimos de su vida, el Tigre se desprendía del pesado fardo que lo llevó a esa carretera fatídica.  Los resultados de sus actos superaban debilidades y fallas. Pocos podían negar los resultados de su esfuerzo personal.

Desde 1972 militó en la izquierda chihuahuense y con el tálamo de la martirología. Nunca negó el papel histórico del marxismo.

Leía tratados filosóficos del alemán, inmersos en sentimientos humanistas.

No solo era un asunto de desbancar a banqueros e industriales del poder público, sino de democratizar a las instituciones de gobierno. Desde la presidencia de la república a las gubernaturas y alcaldías.

Los asalariados y miserables tenían el mismo derecho de ser felices y acceder a la salud y educación gratuita y poseer bienes inmuebles.

El mismo 27 de mayo, seis horas antes de morir, intervino en las negociaciones, como integrante del buró de la Unión Campesina Democrática, con altos burócratas de la Secretaria de Hacienda y Crédito Publico.

Los banqueros intentaban embargar las propiedades de miles de deudores de la banca, acicalada por la crisis económica heredada del gobierno salinista.  

Su amigo y camarada de lucha, José Duran Vera era el dirigente de esa organización gremial.

En enero de ese año, en Chihuahua, no obtuvo los suficientes votos de los consejeros para ser el presidente del Comité Directivo Estatal del PRD.

Y al permitir que su adversario, el abogado Jaime Garcia Chavez, tomara el cargo sin confrontaciones, uno de sus cercanos aliados —Juan Morales Otero— fue designado candidato a diputado local.

El Tigre no pugnaba por confrontar con la militancia conservadora, sino buscar alguna coincidencia política para mejorar las condiciones de vida de los asalariados y jornaleros.

Un hecho ocurrido en 1986 —el monstruoso fraude electoral del PRI contra un candidato a gobernador del PAN— acercó a sectores con vocación democrática para impulsar un solo frente de lucha política.

El Tigre nunca se opuso al dialogo entre adversarios ideológicos o de clase social.

La injusticia, corrupción y miseria son los principales causantes de la desigualdad social y la violencia.

Así se lo expresaba, desde su silla de ruedas, a sus compañeros de causa.

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